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El amor en los tiempos de la Intifada


Bésame, Bésame mucho…las notas de este bolero alegraban las vitrinas del bohemio café Hillel situado en el barrio alemán de Jerusalén. Raquel estaba sentada a lado de la ventana y la luz del sol calentaba su café y encendía su rubia cabellera. El lugar estaba repleto de jóvenes de sofisticada belleza. Los vapores de los capuccinos perfumaba a este refugio para poetas, intelectuales y artistas.

Raquel tomaba su café y le daba a la vajilla un ritmo nervioso, sorbía ligeramente tratando de calmarse, hoy vestía aquel vestido negro con el que ella siempre se sentía más delgada. Cada una de las personas que entraba al café le producía una leve punzada de ansia en el pecho, ya que podría tratarse de la llegada Ben; aquel chico sin rostro y de voz profunda con el que había platicado un par de veces por teléfono.

Después de varias y esporádicas conversaciones telefónicas Ben y Raquel finalmente decidieron conocerse y se citaron a las seis de la tarde en este café. Esta era una de esas citas a ciegas.

Raquel estaba sentada frente a la puerta esperando que llegara Ben. En la entrada del café aparecieron muchas caras anónimas, fue un desfile de jóvenes de aspecto colorido , algunos ortodoxos e incluso apareció una mujer de rostro ajeno que vestía de negro como si estuviera guardando luto; justamente detrás de ella apareció el rostro de Ben que con una sonrisa le delató su identidad. El vestía una camisa blanca y llevaba un periódico bajo el brazo tal como acordaron por teléfono.

Esa tarde, la imagen sonriente de Ben pasó a ser parte de su vida y desde aquel momento Ben pasó a ser su pareja de toda la vida, su esposo, su amante, su confidente entre las sábanas y el único amor de su vida. Fue ese momento , justamente aquel instante que el destino decidió cortar la vida de Raquel en dos, en un antes y un después.

El corto espacio en el que conoció a Ben supo que jamás podría separarse de su recuerdo, y de aquella sonrisa que no volvió a ver jamás.

Desde aquel día, cada vez que el aroma a café llegan a ella, llega también una sequedad en la garganta. Ella normalmente se disculpa, hace una pausa porque su voz se empieza a quebrar y sus ojos a brillar. Ella se refugia en el fondo cálido de una taza de café.

Fue en el momento en que Ben estiró la mano para saludarla, cuando la mujer vestida de negro alzó las manos al cielo delatando unos alambres escondidos en sus brazos. Gritó violentamente una alabanza a Alá. Los ojos de Ben se abrieron en abanico y el pánico se dibujó en su rostro antes de la explosión. Ella intentó pararse pero de pronto hubo un relámpago que me quemó sus ojos y cuyo estruendo la ensordeció. Cayó de espaladas y perdió el sentido por unos minutos, cuando Raquel recobró la vista el mundo se había convertido en sangre y dolor.

Ensordecedores gritos de terror la impulsaron a correr. Ella pasó de largo y no pudo ayudar a una joven de ojos oscuros que lloraba histéricamente mientras trataba de recoger lo que había quedado de sus piernas. Irreconocibles trozos de cuerpos estaban sembrados en el suelo. Nunca olvidaría el olor a quemado. La gente gritaba y lloraba con frenetismo animal. Aquella era una escena del infierno de fuego y azufre.

Cada uno de esos jóvenes se convirtió en una grotesca figura de sangre. La entrada al café estaba destruida y se ayudó con el coche de un bebe para poder saltar por la ventana. Al salir a la calle empezó a entender lo que había pasado y se dio cuenta que tenía vidrios incrustados en el pecho y en la cara.

Ese 9 de Setiembre del 2003, murió Ben junto a siete personas y setenta personas quedaron mutiladas espiritualmente, entre ellas, Raquel. En los años venideros, ella se reunía con la familia de aquel chico que nunca conoció y que fue el único hombre que ella tuvo el valor de acercarse. Ella llegó a conocerlo por las largas conversaciones con la madre de Ben, quien en una noche de preparativos para la cena del Shabbat le dijo – Estoy seguro que ustedes me hubieran dado nietos hermosos,-

Se abrazaron y lloraron juntas entre las estufas. Lloraban por un recuerdo de una vida que nunca existió.

Como cada año en día del atentado, Raquel se sienta en el mismo café Hillel donde ya casi veinte años desde que ocurrió el ataque suicida. El lugar está totalmente lleno de gente, el ambiente es vibrante.

Ella pide un café Latte en la mesa de la esquina pues es la manera en que se empecina por tener una vida normal y plena. El lugar está lleno de jóvenes y repentinamente una bulliciosa pareja anuncia su próximo matrimonio. Un brindis por los novios le da al lugar una atmósfera de complicidad.

Uno de los camareros, sale detrás del bar, se quita el delantal y se aproxima a Raquel y le dice –Hola Raquel, nos conocimos en la Universidad hace un par de años, Te acuerdas de mi? Soy Joseph, Puedo acompañarte?-

Ella le estrecha su mano invitándolo a sentarse.

Desde afuera, por los ventanales del Café aparecían conversando, incluso se podría decir que un aurea especial ya los envolvía como pareja, se ve que ella conversa tranquila arreglando su cabellera detrás de su oído y él pareciera que la escucha con atención, pero está perdido en aquellos sabios ojos verdes . Pareciera que esos dos corazones ya no tan jóvenes se rebelan contra la realidad de violencia y apuestan por la vida.

Pronto descubrirán, un día de primavera, en los preparativos para la noche de bodas, que él se enamoró de ella porque imaginó que Raquel venía a verlo trabajar como camarero y que lo observaba desde la mesa de la esquina. Y ella descubrirá que Joseph fue el mejor amigo de Ben. Que sirvieron juntos en el ejército y que Ben una noche le salvó la vida. Tal vez será coincidencia o una sonrisa del destino o tal vez simplemente sea que el amor existe aún en los tiempos de la Intifada.

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